El placer de cocinar aprendiendo
Comer sin duda es uno de los placeres más importantes de la vida, y todo que se encuentra en torno a esta conducta nos ayuda a nuestro bienestar. Es el primer acto de amor, el primer acto de independencia, el primer acto social, la primera sensación de placer, la primera sensación de satisfacción… Todo eso es comer.
Además, el corazón de una casa es siempre la cocina y tiene su razón de ser. Quien nos cuida suele pasar tiempo en esta estancia, los primeros cuidados que recibimos están relacionados con la supervivencia y, por supuesto, con ella la comida. Entrar en la cocina implica entrar en el hogar, donde se cuecen los sentimientos.
Por otro lado, todo lo que está relacionado con la comida, desde la preparación en la cocina hasta el acto de sentarse en la mesa a comer, puede convertirse en una estrategia para aprender los valores más importantes de la vida, como son el trabajo en equipo, recompensa del esfuerzo, consecución de metas a corto plazo (con lo que ello significa para la motivación y el seguimiento y la continuidad hacia el esfuerzo)
Observando a una persona como se comporta en la mesa puedes aprender mucho sobre ella, quién es, de dónde viene, qué le gusta, si es o no generosa, si se siente bien o se siente infeliz, si sufre ansiedad o si está triste… El acto de comer, como obtención de información, como vínculo terapéutico y sobre todo como utensilio terapéutico es genial. Sentados en la mesa…todos medimos lo mismo, no hay diferencias, todos somos humanos comiendo, disfrutando de la charla, de la comida y de la satisfacción de uno mismo.
La cocina como método terapéutico es algo que hemos comprobado que funciona, que nos gusta, y como campo de aprendizaje es único y necesario.
Se acerca la hora de comer en nuestro centro educativo terapéutico y empieza la marcha en la cocina. Elegimos el menú, vamos a comprar, seleccionamos los mejores productos, aprendemos a comprar con un presupuesto determinado, a optimizar nuestros recursos.
Regresamos al centro con el carro lleno, organizando ya de vuelta quién va a hacer cada parte de la comida: algunos harán la ensalada, otros preparan la mesa, dejaremos la fruta cortada para el postre. La división de tareas es equitativa y siempre se hace con la supervisión terapéutica adecuada.
Empezamos a cocinar y mágicamente empezamos a hablar de mil cosas, de cómo nos fue el día de ayer, de que cosas nos preocupan, si soy o no soy capaz de cortar bien la cebolla… Es curioso como temas que en una sala cerrada propiamente diseñada para tener una sesión psicológica cuestan de hablar o producen más reparo, en este momento se vuelve fácil y además agradable.
Aprender a cocinar es el arte de aprender a vivir bien, todo son paralelismo con el desempeño en otras áreas de la vida. Por ejemplo, tener la paciencia suficiente para hacer un guiso, nos ayudará a ser más pacientes a la hora de alcanzar nuestros éxitos; cortar bien los alimentos a ser firmes y constantes, a tener rutinas, a compartir tareas, en definitiva a hacer que nuestro estilo de afrontamiento ante los problemas se diversifique. Si no tengo un alimento concreto que la receta planificada llevaba… ¿qué pasa? Mi cerebro buscará un alternativa, y al principio la buscará en compañía de compañeros y terapeutas, pero habrá un día en el que estará tan entrenado a hacerlo que lo hará casi de manera automática. Y así, de repente, todos los valores que hemos estado cocinando aparecerán casi sin quererlo.
Después de cocinar, el éxito es comer y bien comer, saborear, reír, comentar lo que hemos hecho. O lo que es lo mismo: aprender a comunicar a obtener placer y, resumiendo, a aprender.
Tampoco debemos olvidar que… ¡amarse es reírse y en la cocina se sonríe mucho!
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