La música, un placentero alimento emocional
Escuchar música es sin duda uno de los mejores placeres que el ser humano tiene; un placer casi sin querer serlo, un placer que por casualidad apareció en la historia de la humanidad, de manera casi espontánea, con el que se generan sensaciones en nuestro cerebro para las que curiosamente este ya estaba preparado antes de que la música fuera música.
El cerebro humano está diseñado para experimentar placer de mil maneras diferentes pero sobre todo está diseñado para autoabastecerse de una versión muy elaborada y cada vez más gratificante de lo que en principio es placer. Nuestros sistemas de recompensa nos hicieron crear la música y esta los alimenta para que sigan creciendo. Escuchar música abre el apetito emocional, alimenta nuestras emociones, pero sobre todo ¡nos hace querer cocinar cada vez mejores platos!
No se nos puede olvidar que la música es creación del hombre, creada y evolucionada para contar historias, desarrollar nuestra creatividad, transmitir emociones, dormir a nuestros hijos, hacernos bailar, calmar a la fieras….
El psicólogo experimental Steven Pinker, del Departamento de Psicología de la Universidad de Harvard, tiene una opinión iconoclasta: la música no es una adaptación, sino una especie de efecto secundario de otras habilidades y necesidades del organismo humano. Pinker compara la música con el pastel de queso (sin ningún afán peyorativo, hay que añadir). Este manjar contiene grasas y azúcares en grandes cantidades y tiene una textura cremosa que hace la boca agua. El pastel de queso es una tecnología que hemos inventado para estimularnos artificialmente los circuitos cerebrales del placer.
Estos circuitos han evolucionado para indicarnos que hemos efectuado una acción que mejora nuestras probabilidades de vivir; por ejemplo, obtener alimentos llenos de energía para sobrellevar las épocas de vacas flacas (o, tomando en cuenta el modo de vida de nuestros antepasados, de mamuts flacos). El pastel de queso concentra estímulos placenteros que en cierta manera engañan al cerebro, haciéndole creer que hemos llevado a cabo una acción que promueve nuestra supervivencia. La música, según Pinker, es igual. Sus sonidos repetitivos, ordenados y predecibles, nos hacen cosquillas en los centros del placer que sirven para indicarnos que hemos encontrado un ambiente ordenado y predecible, un ambiente seguro.
Para sustentar su tesis del pastel de queso auditivo Pinker señala que la música puede ser innata sin ser adaptativa, como otras tecnologías del placer, por ejemplo, la gastronomía: el organismo sólo exige nutrientes, sin requerir que estos vengan cocidos, sazonados y servidos con una ramita de cilantro.
La música influye tanto como le dejemos sobre nuestro estado de ánimo, hay situaciones que podemos educar en función de una melodía y unas letras añadidas a dicha, pero hay otras que nos vendrán dadas justo al revés, primero escucharemos una música y después nos imaginaremos o recordaremos una historia, una persona, una situación o simplemente un estado emocional específico real o evocado.
El cerebro es una “auténtica máquina de predicción”, y el hecho de que nos guste tanto la música se explica porque esta nos ayuda a recordar hechos que ocurrieron en el pasado. Así podemos revivir emociones específicas, en otras palabras, podemos tener a través de las canciones, patrones específicos de aprendizaje.
Nos preguntamos a menudo por qué una canción nos gusta y por qué otra nunca lo hará. La respuesta es tan complicada como intentar explicar en dos hojas la vida de una persona de 30 años…. Muy larga, muy compleja y con un millón de variables, tantas como momentos vividos, sueños alcanzados o por alcanzar, amigos, familiares, parejas o vivencias se hayan cruzado en nuestro camino. Nos gusta una canción porque sí, porque nos hace SENTIR y con eso basta para la explicación. Tan sencillo como cuando le preguntas a un niño que por que le gusta el helado y te dice que porque está bueno.
Lo importante de la música no es buscarle explicación ni causa ni dirección, solo permitir disfrutarla en todas sus áreas y en todas las conexiones neuronales que tu cabeza hay sido capaz de desarrollar en su vida, por cierto… ¡¡¡escuchando música!!!
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